Río + 20 necesita indignados

Por Eduardo Mora, director y editor de la revista mensual Ambientico.

Entre la primer Cumbre de la Tierra (1972) y hoy la problemática ambiental mundial se ha complejizado mucho, empeorándose; y los medios -en general- para enfrentarla también se han complejizado, mejorándose, pero se han empleado muy insuficientemente. El empeoramiento de la situación ambiental es obviamente “objetivo”, en el sentido de que consiste en hechos biofísicos medibles, pero también es “subjetivo”, en el sentido en que conforme se desarrolla la investigación científica y crece la atención ciudadana más problemas ambientales salen a la luz y se mira más claramente su gravedad antes penumbrosa u oculta. Asimismo, más cunde el pánico.

Pero los ruinosos cambios operados en el ambiente en las últimas cuatro décadas acaso sean menos sobresalientes que los estimulantes cambios dados en la sociedad. El ritmo de transformación de esta, particularmente en los más recientes años, meses y días, es pasmoso. Y esto viene a cuento porque en Río + 20 se pretende replantear y mejorar el entramado político e institucional necesario para continuar con el desarrollo económico pero, ahora sí, haciéndolo sostenible y beneficioso para aquellos seres humanos hasta hoy excluidos de sus mieles e incluso de sus sobras, y se pretende definir cómo lograr eso. Y para realizar esa titánica tarea la conferencia Río + 20 está requiriendo la participación de representantes de todo el mundo: de las diversas instancias políticas, del empresariado, de la comunidad científica, del sindicalismo, del movimiento ambientalista, etcétera. ¿Pero quién representa a los hombres y mujeres no organizados ni afines a grupos ambientalistas, ni a sindicatos, ni a institutos científicos, ni a intereses empresariales, ni a órganos políticos, etcétera? Antes de la eclosión de los indignados, las personas desorganizadas y las ajenas a líderes -por desconfianza a estos- estaban desprovistas de voz (no tenían portavoces); nada más podía suponérseles o intuírseles (vérseles, no) en “corrientes de opinión pública” expresadas de manera más o menos opaca en los medios de comunicación masiva. Esas corrientes de opinión no son multitudes de sujetos activos pujando por hacerse oír, sino son representaciones de multitudes de voces quietas; representaciones que además de inevitablemente deformar las voces suelen aparecer un poco tardíamente, a veces a destiempo y, por tratarse de representaciones, quienes detentan el poder tienden -y tanto más cuanto más torcidos son ellos- a no sentirse interpelados y muy a menudo no les hacen caso.

Pero en este tiempo de indignados manifestándose casi coordinadamente en cientos de sitios del orbe, los ciudadanos desorganizados y sin líderes, pero con acceso a redes sociales y a los medios de comunicación masiva, demostraron que ahora no son un cero a la izquierda sino una formidable fuerza, aunque amorfa y líquida. A cada individuo indignado no lo representa una organización formal, ni un jefe, ni una corriente de opinión pública, sino que él directamente actúa en la arena política (él se “representa” a sí mismo) y, al tanteo y mediante la comunicación instantánea y continua con muchísimos otros individuos indignados, se constituye un coro, que no excluye la discusión interna, de decenas y a veces cientos de miles de voces sin director, que muy eficazmente habla .sin intermediarios- a los que ejercen el poder y estos se sienten indefectiblemente interpelados, como en el ágora.

Y es que el éxito incipiente de la presión de los indignados, su persistencia y su capacidad de hacer que todos los ciudadanos se conviertan en indignados virtuales augura que todos estamos en camino de ser indignados totales: unidos en torno a planteamientos críticos y reivindicaciones puntuales pero no amasados por jefes, sino sobre la base de la comunicación instantánea a través de las redes y con la retroalimentación de los medios masivos, que difunden los resultados de los sondeos de opinión pública y divulgan las adhesiones de muchos “líderes” informales de opinión. Así como el movimiento ambientalista no procuró nunca apropiarse de las instituciones políticas para influir, los indignados también se proponen solo presionarlas y no ocuparlas, porque la historia reciente demuestra que ellas son crecientemente sensibles a las presiones ciudadanas multitudinarias y a la opinión pública y que las cúpulas políticas ya no se imponen por la coerción (las que insisten en ello están siendo destronadas) sino por la seducción que practican, que tiene estrechos límites.

Ahora que los indignados han demostrado la eficacia de un método de expresión y presión popular democrático y transparente sobre los poderes establecidos, Río + 20 no tendría que limitarse a ser una conferencia con la presencia física de líderes formales y de representantes de organizaciones ya muy asentadas que tomarán decisiones en nombre de la humanidad, sino que debiera abrirse a la participación de la gente no organizada y ajena a líderes, o sea a los indignados, que por cierto son todos ambientalistas. No necesariamente a los indignados con nombres y apellidos que hasta hoy hemos visto expresarse, sino al indignado “genérico”, entendido como el individuo beligerante desvelado por el bien común y con denuncias y demandas muy sensatas y de alcance global, las cuales son respetadas por la mayoría de la sociedad e incluso por los gobernantes, sin que tengan que ser planteadas en papel oficial en oficinas estatales. Río + 20 debiera facilitar la participación de la ciudadanía mundial a través del método de los indignados: discusiones y propuestas en redes sociales en internet articuladas con actos presenciales en cualesquiera lugares elegidos por viejos y nuevos indignados, porque el enfoque de la Cumbre de la Tierra de 2012, que entreteje lo ambiental con lo político, con lo económico y con lo social, es semejante al enfoque del movimiento de los indignados. Una Cumbre de la Tierra en 2012 sin participación de indignados, sino exclusivamente con la presencia física de líderes y representantes de gobiernos y organizaciones formales, acaso no esté destinada a generar las orientaciones viables y necesarias para alejar del abismo a esta novísima sociedad mundial, y que los viejos gobiernos y organizaciones no atinan a saber cuáles son y menos aun a lograr el consenso.

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